La cantata de las ciudades-jardines
Recordar la Ciudad-Jardín, cien años después de su pronunciamiento teórico, no constituye un acto de remembranza histórica sin más. Nuestro deseo, por el contrario, es acercarnos a esta efemérides con la intención, quizás con la mala conciencia, de mostrar la actualidad del pensamiento de Howard, si por ello entendemos su proximidad más cercana a alas reivindicaciones de nuestro tiempo que su incómoda adaptación a aquel otro que la vio nacer.
Nuestro deseo es argumentar que al Ciudad-Jardín es, en esencia, una idea que puede seguir respondiendo a requerimientos urbanísticos actuales, del mismo modo que intentó, no con el éxito pronosticado, hacer frente a aquellos otros que se plantearon durante los años finales del siglo XIX. Esto no significa que estemos reivindicando algo caduco, ni tampoco que rechacemos la identificación histórica de Howard con el tiempo que le tocó vivir. Ni pretendemos reivindicar pensamientos anclados en tiempos pasados, ni dudamos de la condición de Howard como personaje histórico estrechamente vinculado y comprometido con su época.
La idea de la Ciudad-Jardín, en efecto, no era ajena a su tiempo, por cuanto su objetivo, entre otros, era responder, adelantarse incluso, a muchas de las contradicciones que comenzaron a internarse, por entonces, en el túnel más obscuro por el que se estaba dirigiendo el devenir de la ciudad moderna. Howard, en este sentido, fue un auténtico visionario, preconizando, antes que nadie, la descentralización de la ciudad mediante la construcción de nuevas ciudades estrechamente vinculadas con la ciudad central, cuyo crecimiento, en contrapartida, se detiene, estableciéndose, con todo ello, un auténtico modelo territorial metropolitano. Es este planteamiento metropolitano el que más nos llama la atención de la propuesta de Howard, ya que no sería hasta muchos años después cuando se adopte como modelo urbano para la mayoría de las ciudades que comenzaron a sentir los síntomas de una excesiva concentración denunciada anticipadamente por Howard.
Si esta propuesta descentralizada apenas tuvo incidencia en la materialización real del modelo urbano propuesto por Howard, ello no fue debido a su incompetencia sino a la insistencia mostrada por el capital en seguir aprovechando condiciones territoriales existentes sin apenas invertir en nuevas infraestructuras, más preocupado, como estaba, por acumular, rápidamente, beneficios al mínimo coste que en alternativas de ordenación territorial que modificasen lo existente heredado. Es en este sentido como pensamos que la propuesta de Howard pudo serle incómoda a los intereses del capital, ya que con ella se estaba proponiendo una nueva manera de entender el reparto de beneficios que, de alguna manera, interrumpían, o aminoraba, el proceso de acumulación emprendido.
Son estos aspectos los que nos interesa extraer del pensamiento originario de Howard con la intención de reivindicarlos para volver a formular el contenido disciplinar de la urbanística. Pensando en dichos aspectos es como comprobamos la actualidad que adquiere hoy día dicho pensamiento. La reivindicación que proponemos, por otro lado, no debe implicar, en ningún momento, tomar al pie de la letra lo que planteaba Howard hace cien años. Nuestro objetivo, muy al contrario, es reconsiderar, repensar, releer, las ideas que soportan su propuesta.
De todas ellas, las que nos parecen fundamentales e imprescindibles para tratar de definir, redefinir, los principios de la disciplina en la que nos movemos, destacamos, en primer lugar la idea, en sí, de la propuesta original, es decir, la descentralización como principio básico de ordenación urbanística. En segundo lugar, la forma que adquiere dicha descentralización, forma que, en el momento de su formulación, adopta la expresión de un ámbito metropolitano. Y, en tercer lugar, la gestión de dicho modelo. Se trata de procurar un desarrollo urbano que implique la optimización de los recursos existentes, en el marco, todo ello, de un equilibrio territorial que impida el despilfarro y, sobre todo, la apropiación de los beneficios derivados de dicho desarrollo por parte de aquellos que no participan, sobre todo como usuarios, en el mismo. Se trata de hacer válido el principio de que las plusvalías que se generan, como consecuencia del proceso de construcción de la ciudad, deben, ineludiblemente, revertir en la comunidad que gestiona dicho proceso.
La ciudad como idea, como forma y como gestión, en el marco, todo ello, de una sociedad que desea autogobernarse, constituye, por tanto, parte de los pensamientos que esbozó Howard y de los que proponemos su relectura y revisión que permita reconducir el perdido horizonte de nuestra disciplina. Sirva este número de Ciudades, dedicado a la Ciudad Jardín, para reflexionar sobre ello.
Valladolid, abril de 2002