Apostar por el Plano Urbanístico, por el Proyecto de Ciudad, entendido como un proceso de largo alcance con capacidad para ir definiendo y concretando específicas intervenciones, cuyos objetivos deberían enmarcarse en la transformación y uso del espacio (Urbano y Territorial) en clave popular y democrática, es el empeño que se manifiesta a través de la acción práctica y teórica de profesionales, profesores universitarios e investigadores que comienzan a reunirse en tomo a este pequeño ámbito cultural que llamamos “Ciudades“.
Hoy nos proponemos “pensar la ciudad” y, para ello, nada mejor, decimos, que apostar por nuestra herramienta por excelencia, es decir, por el Planeamiento Urbanístico. Con ello no queremos decir que nuestra apuesta se manifieste en un ámbito acrítico, donde no sea posible cuestionar el alcance, muchas veces limitado y autoritario, del Planeamiento. No deseamos movemos en las coordenadas culturales que ha descrito, de forma impecable, el escritor Saramago en su extraordinario “Ensayo sobre la Ceguera”. Nuestra apuesta es crítica, hasta el punto de renunciar, si a esa conclusión llegamos, a esa herramienta que, hoy por hoy, seguimos reivindicando como el proceder más riguroso para Proyectar la Ciudad.
Pero aún no ha llegado ese momento de renuncia, por cuanto a través del Planeamiento Urbanístico pensamos que se pueden seguir garantizando modos de vida democrática. Y por la democracia también seguimos apostando, a pesar de ser maltratada diariamente por aquellos “poderes públicos” que gobiernan lo común a pesar de que no asumen su conveniencia.
Nos decía G. Astengo, allá por el año 1.956, cuando se encontraba redactando el Plan Urbanístico de la ciudad de Asís, que es “… compito speci co del piano .fi regolatore di precisara un armonice complesso di investimenti pubblici, che attuandosi ordinatamente attraverso una predisposta successione di opere, adempiano non solo agli scopi particolari di cui sonostati previsti, ma formino una continuitá de interventi… Il piano regolatore é cioe, anzitutto, una disciplina degli interventi pubblici e per gli uffici pubblici “.Pensar la ciudad debe implicar, en este sentido, deambular por la idea de que proyectarla es, ante todo, definir su uso para una colectividad que la necesita para desarrollar formas de vida democráticas. Proyectar la ciudad, naturalmente, en el marco del Planeamiento Urbanístico, lo que debería suponer, a su vez, ese proceso intelectual que nos lleve a “pensar la ciudad” que reclamamos desde estas páginas. Proyectar lo Público, por tanto, se alza como uno de los objetivos más relevante de la práctica del Planeamiento Urbanístico. Pero dicho Proyecto de lo Público no debe consistir, como es habitual en nuestros días, en materializar lo comunitario que está condenado, de partida, a no utilizarse como tal, o a forzar su uso en función de los requerimientos ideológicos impuestos, de forma autoritaria, por razones de consumo colectivo no necesario, o por razones de Estado. Proyectar lo Público implica pensar la ciudad en términos globales, no trocearla, evitando una concepción sectorializada de su uso, así como una negativa ideologización del sentido de su espacio.
Pensar la ciudad implica, también, distinguir entre la idea que está detrás del Planeamiento Urbanístico y aquella otra que deambula por los interiores de la Práctica Arquitectónica. Esta última suele estar muy identificada con esa mecánica del “trozo”, del “fragmento”, desmarcándose, en casi todos los casos, del pensamiento global que nos acerca a la comprensión y entendimiento de lo urbano. Desde la práctica arquitectónica, difícilmente se puede construir un pensamiento sobre la ciudad. Empeño que sólo sería posible en el caso de que la ciudad sea entendida como un objeto apropiable en el plano de la forma, sólo si se entiende, en una palabra, como una obra de arte. Formulaciones de ese tipo son las que se plantean desde el campo de la Arquitectura, con la intención de explicar la ciudad por fragmentos, acotando específicos espacios a los que se les atribuye un sentido de globalidad. La ciudad, sin embargo, no la hacen los llamados espacios más significativos, elevados, generalmente, a categorías históricas exclusivas, ni es producto del entendimiento de sus edificios más relevantes, opinión muy extendida en el mundo de la arquitectura, sino las formas diversas de ocupar sus espacios, lo. que se traduce, al final, en una redistribución de contenidos sociales, en función de las rentas que se derivan de un proceso de producción específico, entendido en clave espacial. Distribución de rentas que se concreta, al final, en una específica división social del espacio urbano.
Concluimos, por tanto, estableciendo la hipótesis de que es desde la práctica del Planeamiento Urbano como se han elaborado, y como es posible aún seguir elaborando, las más rigurosas teorías y pensamientos sobre la ciudad. Valga como ejemplo, y de ahí su presencia en este número de “Ciudades“, los postulados teóricos que distinguen a la obra, teórica y práctica, de G. Campos Venuti, al que dedicamos algunas páginas de esta revista en su merecidísima investidura como Doctor Honoris Causa que le ha sido concedida por la Universidad de Valladolid. Leamos, atenta y detenidamente, su discurso.