Planeamiento urbano en la Europa Comunitaria: Bélgica, Italia, Gran Bretaña, Francia, Portugal y España
Documentos 2, 1994
Juan Luis de las Rivas Sanz y Giovanni Muzio (coordinadores de la edicion),
Alfonso Alvarez Mora (dirección del curso).
Instituto de Urbanistica de la Universidad de Valladolid
Conferencias del curso
«El Planeamiento Urbano de la Europa Comunitaria»
(noviembre 1992 – enero de 1993)
AGRADECIMIENTO A LA JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN
PRESENTACIÓN
Planificar el desarrollo urbano.
Alfonso Álvarez Mora
PONENCIAS
I. La planification urbaine dans la Communauté Européenne. Le cas de la Belgique.
Marc Gossé y Jean de Salle. Instituto La Carnbre de Bruselas.
Resumen: El Planeamiento Urbano en la Comunidad Europea. El caso Belga
II. Il fallimento della Pianificazione Regionale.
Valeria Erba. Politécnico de Milán
Resumen: El fracaso del Planeamiento Regional
III. Quaranta anni di piani urbanistici comunali in Italia (1953-1992).
Federico Oliva. Politécnico de Milán.
Resumen: Cuarenta años de Planes Urbanísticos en Italia (1953~1992)
IV. A personal point of view of the British Planning System.
Lvor Samuels. Brookes University, Oxford.
Resumen: Mi personal punto de vista del Sistema de Planeamiento Británico
V. Urban Planning in Britain. The views of a Practicioner
John Dean. Universidad de Nothingam, Leicester Council
Resumen: Planeamiento Urbano en Gran Bretaña. El punto de vista de un «Profesional»
VI. De la Loi d’Orientation Foncière á la Loi d’Orientation pour la Ville.
Paulette Girard, Héléna y Pavel Spanek. Escuela de Arquitectura de Burdeos
Resumen: Desde la Ley de Orientación del Régimen de Suelo a la Ley de Orientación para la Ciudad. La planificación urbanística en Francia
VII. El planeamiento urbano en Portugal.
Nuno Portas. Universidad de Oporto
Vlll. La urbanistica de Barcelona en la época olimpica.
Manuel de Torres i Capell. Escuela de Arquitectura de Barcelona
IX. Planeamiento metropolitano y evolucion reciente del espacio madrileño: 1979-1991.
Fernando Roch Peña y Ramón López Lucio. Universidad Politécnica de Madrid.
Una panoramica sobre el urbanismo en Europa, secuencia de temas abiertos.
Juan Luis de las Rivas Sanz y Giovanni Muzio
INTRODUCCIÓN
El presente texto recoge el contenido de las conferencias desarrolladas en el curso «El Ptaneamiento Urbano de la Europa Comunitaria», organizado par el Instituto de Urbanismo de la Universidad de Valladolid, entre noviembre de 1992 y enero de 1993. El curso fue dirigido por Alfonso Alvarez Mora, catedrático de urbanismo, y su organización fue posible gracias al convenio con la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León., que garantizó el soporte económico e institucional.
Los profesores participantes fueron: Marc Gosse y Jean De La Salle del Instituto La Cumbre, Bruselas; Valeria Erba y Federico Oliva del Politécnico de Milán; Ivor Samuels de la Brookes University, Oxford; John Dean de la Universidad de Nothingam; Paulette Girard, Héléna y Pavel Spanek de la Escuela de Arquitectura de Burdeos; Nuna Perlas., Bruno Soares y Fernandos de Sa de la Universidad de Oporto; Manuel de Torres i Capell de la Universidad Politécnica de Cataluña; Fernando Roch Peña, Ramón López de Lucio y C. Sánchez Casas de la Universidad Politécnica de Madrid.
AGRADECIMIENTO A LA JUNTA DE CASTILLA Y LEON
El curso «El Planeamiento Urbano en la Europa Comunitaria» se realizó con el soporte económico de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León. El Instituto de Urbanística agradece esta ayuda y la cordial colaboración con la Consejería gracias a la cual ha sido posible tanto la realización del Curso en su día como el libro que ahora publicamos.
PLANIFICAR EL DESARROLLO URBANO
Alfonso Alvarez Mora
La práctica del Planeamiento Urbano ha respondido, en cada momento histórico, a demandas sociales derivadas de intereses económico muy concretos. Aunque dichos intereses se han identificado, en la mayoría de los casos, con estamentos sociales que dominaban el aparato productivo, y muy concretamente con los que representaban a la burguesía, también hemos asistido a pronunciamientos, impulsados desde minorías, no necesariamente identificadas con el poder institucional, que han sido capaces de condicionar determinados aspectos del planeamiento que se estaba desarrollando.
PLANEAMIENTO URBANO E INTERESES DE CLASE
La relación entre el planeamiento urbano y los intereses de clase, expresados y conformados históricamente, resulta mas directa de lo que normalmente solemos pensar.
Esta relación podemos plantearla en tres planos. Uno de ellos nos habla del propio desarrollo espacial que está definiendo la construcción concreta de la ciudad, desarrollo del que se responsabilizan una serie de agentes sociales interesados en su impulso: Propietarios de suelo, Promotores Inmobiliarios, Instituciones Financieras, Oficinas Técnicas de todo tipo, Instituciones y Familias Políticas….. etc. Dicho desarrollo se produce en la medida en que tiene lugar un encuentro de intereses entre los citados agentes sociales, encuentro auspiciado ante el convencimiento de que, aunando el poder sobre la propiedad terrateniente con los mecanismos financieros y técnicos que la recobren de antiguas ataduras feudales, resulte un nuevo mecanismo productivo, en clave espacial, altamente beneficioso. El desarrollo de la ciudad, en este sentido, resulta, en muchos casos, más como producto de esos acuerdos que como proyecto previamente planteado. Lo previo, lo proyectado con anterioridad, puede reducirse, incluso, al convenio establecido. No es casual, en este sentido, la figura del llamado «convenio urbanístico», como uno de los mecanismos utilizados en la ciudad de Madrid tras las primeras elecciones democráticas.
El segundo plano, al que nos referíamos, se concreta en las características del contexto social en el que tiene lugar el desarrollo espacial de la ciudad, es decir, en las relaciones de poder que impulsan dicho desarrollo. Ni que decir tiene que dependiendo de dicho contexto así actuarán determinados agentes, no. sólo porque les impulse o impida saltar a escena una determinada política económica existente, sino, a su vez, porque dicho contexto contradiga la existencia, en sí, de virtuales agentes urbanos interesados en la construcción de la ciudad. En este sentido, podemos decir que la actuación de un determinado agente urbano está condicionado por el desarrollo de mecanismos jurídicos, financieros, técnicos… etc, que son los que, en última instancia, contribuyen a la materialización real de todo tipo de transformaciones territoriales-productivas a que se ve sometido el espacio urbano heredado.
El tercer plano hace referencia al desarrollo de las Técnicas de Planeamiento, es decir, al papel que ejerce la disciplina urbanística como impulsara, cultural y científica, de los métodos e instrumentos de intervención en la ciudad y el territorio. En este apartado tenemos que hacer referencia al papel autónomo que puede ejercer la disciplina, a la hora de proceder a dicho impulso. Dicho en otras palabras, a la responsabilidad que le cabe, en]turalmente hablando, al posible movimiento profesional interesado en el correspondiente desarrollo disciplinar. Valga como ejemplo, la actitud protagonizada por los profesionales-arquitectos que se integraban en el llamado Movimiento Moderno, o más concretamente aquellos que se reunieron en torno a los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna). ¿Cuál fue, en este sentido, el alcance y la influencia de la Carta de Atenas en el posterior desarrollo de nuestras ciudades? ¿Podemos hablar de autonomía disciplinar, de aportación puramente profesional, de cara a la definición del nuevo modelo de desarrollo urbano, o, más bien, de una sintonía ideológica entre dichos profesionales y las exigencias económico-sociales que están en la base de la misma?
La relación Planeamiento Urbano-intereses de clase la planteamos, por tanto, remitiéndola, a su vez, a las necesarias conexiones que se producen entre Desarrollo Urbano Espacial, contexto social en el que tiene lugar, junto con el alcance que adquieren, científica, cultural y metodológicamente, las técnicas de intervención urbanísticas. Tres variables que nos permiten recorrer los caminos seguidos por el Planeamiento Urbano, constatando cuál pudo, o puede ser, el determinante que ejerce sobre un virtual desarrollo urbano programado.
Nuestra hipótesis de trabajo, en este sentido, plantea la idea de que el Planeamiento Urbano ha ejercido, cuando ha podido hacerlo, de mecanismo de control de intereses de clase en juego, estableciendo, para ello, un modelo de desarrollo espacial, de carácter comprensivo, en el que han dominado aspectos relativos a la ordenación y/o coordinación de estrategias espaciales. La idea de «plan», como proyecto global en el que se espacializan, y se anticipan, aspectos específicos de dichas estrategias, se ha constituido, durante los últimos 150 años, como la única opción, técnicamente aceptable, para procurar eliminar las contradicciones, expresadas espacialmente, entre suelo urbano y contenido de clase.
Ahora bien, esta técnica de planeamiento, como ordenación anticipada, aunque expresada en parámetros espaciales generales, llevaba implícita la idea de contemplar la totalidad urbana como artefacto único. Es así como la forma y los contenidos funcionales, de la ciudad, podían ser objeto de anticipación desde el proyecto, desde el planeamiento urbano. Anticipación, como único ejercicio posible por entonces, en la medida en que el desarrollo urbano, al producirse en régimen de continuidad con la ciudad existente, estaba determinando las claves espaciales del planeamiento a aplicar. Las claves de dicha anticipación, en efecto, se encontraban en la realidad de dicho desarrollo. En el fondo, el planeamiento no consistía tanto en prever el futuro desarrollo de la ciudad como en incorporar dicho desarrollo al crecimiento real que se apuntaba en cada momento histórico. Crecimiento urbano que estaba marcado por materializaciones espaciales históricamente consolidadas, o por aquellas otras impuestas a partir de intereses concretos de los propietarios del suelo. En ambos casos, ya se trate de cierta espontaneidad, o crecimiento natural o bien por una determinada imposición interesada, las claves del desarrollo espacial programado (objeto del planeamiento) se configuraban más como puntos de partida constatables, y extraídos directamente de la realidad, que como alternativas u opciones de futuro.
El planteamiento de la ciudad compacta como requerimiento productivo
Los inicios del Planeamiento Urbano Moderno, a los que nos podemos remitir sin alejarnos excesivamente de nuestra realidad actual, se contextualizaron en un momento histórico (segunda mitad del siglo XIX) en el que las ciudades, fundamentalmente aquellas sobre las que más estaba pesando el fenómeno de la industrialización, comienzan a ver desbordados, espacialmente hablando, sus límites urbanos históricos, acompañado, todo ello, de un aumento considerable de la ocupación del espacio identificado con sus zonas tradicionales. En estas condiciones, de todos conocidas, se va gestando la idea de que controlar las inevitables extensiones urbanas, así como mejorar las condiciones de habitabilidad de las zonas más afectadas por los efectos de la industrialización, va a implicar, sobre todo, impulsar las condiciones objetivas de producción asociadas a alzas importantes de beneficios económicos. La ciudad, en cuanto artefacto indispensable para el desarrollo de la industria, se incorpora, de esta forma, como elemento fundamental, de la estructura económica de la nueva sociedad que se gesta bajo la lógica de la industrialización.
Las Técnicas Urbanísticas, el Planeamiento Urbano, se convierten en instrumentos claves con capacidad para ordenar, jerarquizar y encauzar modelos de crecimiento urbano que aseguren esas condiciones objetivas, que son requeridas de la ciudad para facilitar su uso por parte de la gran industria.
La ciudad se convierte, de esta forma, en un gran contenedor donde se agrupan los elementos claves que conforman la nueva lógica económica. Medios de producción y fuerza de trabajo encuentran, en la ciudad, el medio idóneo para materializar los nuevos mecanismos productivos. Intimamente relacionados entre sí, en clave económica, aunque conformando, al final del proceso, un modelo espacial basado en la separación física y social, ambos elementos van a constituirse en responsables del modelo de crecimiento urbano-territorial, modelo cuyo control va a ser requerido en función de las técnicas urbanísticas que se están gestando. Dicho modelo se va a caracterizar por la continuidad espacial, es decir, por la concentración de condiciones productivas requeridas espacialmente, por el uso intensivo de las infraestructuras existentes y por la inversión mínima en la inevitable construcción de nuevos fragmentos urbanos agregados a la ciudad existente.
Un modelo espacial de estas características requería, necesariamente, medidas de ordenación. Estas medidas son las que constituyen las bases de la incipiente teoría urbanística que comienza a gestarse por entonces. Tanto el modelo espacial que se está consolidando, como el control urbanístico que asegure su reproducción, responden a las exigencias de una primera industrialización que adopta a la ciudad, y a su territorio circundante, como elementos indispensables para su desarrollo.
Esta ciudad-territorio se caracteriza por la continuidad espacial a la que aludimos. Se trata de potenciar la ciudad compacta, es decir, reducir al mínimo las inversiones en nuevas extensiones urbanas, y cuando estas se producen, como realidades urbanísticas agregadas a la ciudad existente, lo hacen en régimen de continuidad espacial, compartiendo inversiones ya consolidadas y reproduciendo, en muchos casos, formas canónicas de concebir la organización estructural del espacio urbano. La regularidad de los nuevos trazados, por ejemplo, no nos debe hacer pensar que estamos ante nuevas formas de concebir la estructura de la ciudad. Se han incorporado, eso si, mejores condiciones higiénicas y de habitabilidad, así como una nueva relación entre espacios públicos y privados, pero el entendimiento de las nuevas áreas residenciales aún se plantea bajo inequívocos signos que son extraídos del espacio tradicional existente.
Una primera relación entre Desarrollo Urbano, Contexto Histórico en el que tiene lugar y Técnicas Urbanísticas aplicadas para proceder a su encauzamiento y control, se manifiesta sin ostensibles contradicciones, materializándose el deseado equilibrio que garantizaba la incorporación del suelo urbano, y de la ciudad-territorio, en su calidad de producto intercambiable económicamente, a la nueva estructura productiva de signo capitalista. Son los años de la primera industrialización continental, en los que el desarrollo de la producción necesita la concentración de medios que le ofrece la ciudad existente.
Dicho equilibrio implicaba un desarrollo espacial inequívocamente continuo, lo que situaba a la ciudad existente en régimen de privilegio. Equilibrio que también implicaba una gestión de dicho desarrollo basada en el principio económico de la concurrencia espacial. Los agentes urbanos, interesados en dicha concurrencia, encuentran, en el nuevo solar de la ciudad, el campo adecuado para realizar sus operaciones inmobiliarias, cuyos beneficios van a depender más del desarrollo propio y específico de su promoción que del lugar donde se materialice. Se trata, en efecto, de un contexto social y económico que garantiza dicha concurrencia en el marco de un modelo promocionar que valora la construcción de la ciudad sin condicionaría, aún, a la renta de localización (F. Roch: «Circularidad y creación del espacio central en Madrid». Tesis Doctoral inédita, 1992).
Bajo estos presupuestos de partida (Desarrollo Espacial Continuo y Concurrencia Promocional), ¿Qué tipo de técnicas urbanísticas podían ser las más adecuadas sino aquellas que entienden de la programación de suelo como operaciones encaminadas a procurar fragmentos agregados en régimen de continuidad con la ciudad existente? El Planeamiento Urbano se reduce a proyectar la continuidad de la ciudad existente, aplicando parámetros urbanísticos extraídos de normativas al uso, aunque reconsiderándolos desde el punto de vista de su incidencia en la higiene y la habitabilidad. Y esto, naturalmente, sólo en los casos en los que los «nuevos barrios», identificados con el «espacio social» burgués, requerían y exigían este tipo de viviendas higiénicas. En las nuevas periferias urbanas, que se desarrollan al margen del planeamiento programado, se reproducen, por el contrario, situaciones urbanas muy semejantes a las que se viven en la ciudad tradicional.
Se trata, por tanto, de un Planeamiento que ordena la continuidad, que establece pautas participativas, desde el punto de vista del proceso constructivo a emprender, a las que pueden acogerse los que estén capacitados jurídica, técnica y financieramente) para realizarlo, procediendo, desde una vertiente territorial, a la simulación de una anticipación comprensiva del nuevo contenedor espacial donde cabe el desarrollo de ese proceso constructivo de carácter concurrencias.
Se trata de un Planeamiento, de una manera de proponer el Proyecto de ciudad, en el que se contemplan, interrelacionadas entre sí y en un proceso único identificado con dicho proyecto, todas y cada una de las variables territoriales que intervienen en la construcción del nuevo espacio urbano. La sectorialidad, como técnica urbanística, no encuentra su aplicación en un momento histórico en el que se sigue pensando que la ciudad, su construcción y desarrollo, requiere un tratamiento metodológico unitario. Proyectar nuevas infraestructuras, determinar usos de suelo, ofertar una nueva distribución de la propiedad parcelaria y potenciar específicas formas de proceder a la promoción inmobiliaria… etc., entre otras cosas, constituyen prácticas urbanísticas que se proponen en el ámbito unitario de un «plan» desde el que se proyecta el control de las nuevas pautas constructivas. El Plan, en estas condiciones, se concibe como instrumento con capacidad para relacionar, jerárquicamente, los procesos que intervienen en la construcción de la ciudad, así como para establecer los momentos en los que cada uno de ellos tiene que gestarse. En este sentido, el Plan marca actuaciones concretas, determinando, mediante una programación específica, el momento oportuno de su materialización. Las relaciones entre infraestructuras, trazados, sistema<; de parcelación, tipos de promoción inmobiliaria... etc., expresan una nueva manera de proceder a la construcción de la ciudad, nuevo proceder que se define concretando lo específico de sus responsabilidades instrumentales, así como anticipando su secuencia temporal.
Los llamados «planes de ensanche», proyectados durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, junto con los «planes reguladores generales» que se ponen en marcha en Italia, también durante la primera mitad del siglo XIX, constituyen las experiencias urbanísticas más representativas de esta forma de concebir el «plan» como anticipación comprensiva del proceso de construcción unitario de la ciudad. Constituyen, al mismo tiempo, los modelos urbanísticos a los que nos hemos estado remitiendo, hasta muy recientemente, los profesionales del Urbanismo. Y ello, a pesar de que el equilibrio inicial entre Desarrollo Urbano, Contexto Histórico y Técnicas Urbanísticas, tardó poco tiempo en mostrar signos de contradicción evidentes.
De la ciudad compacta a la ciudad fragmentada. El plan zonificador como instrumento
Con la intención de corregir estos primeros desequilibrios es como se gesta la idea de la «zonificación». Es conocida la interpretación que se hace de[ citado concepto, en el sentido de que su instrumentalización no tenía más objetivo que asegurar la manifestación natural de un crecimiento urbano. Con la «zonificación», asignando a cada sector urbano su «valoración económica y social», se evitaban los desajustes que, en tal sentido, podrían introducir ciertos crecimientos espaciales patológicos.
La «zonificación», sin embargo, y valga esto como hipótesis de trabajo, plantea un nuevo equilibrio en la ciudad compacta. Se trata de asignar rentabilidades específicas a cada una de las partes en que se diversifica la realidad urbana, sobre la base de un modelo espacial en el que no cabe la promiscuidad funcional.
La «zonificación», en suma, produce un efecto de rentabilización del desarrollo urbano, en la medida en que asegura el beneficio mediante su anticipación. El concepto de «plan» adquiere, con la aplicación de esta técnica, su sentido más real, alcanzando una credibilidad fuera de toda duda.
Ahora bien, frente a la ciudad contínua y compacta, con la que se identificaban los primeros desarrollos urbanos que respondían a las exigencias de un incipiente industrialización, el «plan zonificador» interpreta dicha continuidad descomponiéndola en fragmentos. La «zonificación» no cuestiona la ciudad compacta. Simplemente, introduce un nuevo orden con el objetivo de racionalizar el uso que de la ciudad requiere la industrialización. De unos primeros momentos históricos caracterizados por una relación industria-ciudad no implicada en jerarquizaciones espaciales utilitarias (la industria penetra en el espacio utilizándolo en su globalidad, con escasa capacidad para delimitar sus efectos nocivos), pasamos a aquellos otros en los que, sin cuestionar la citada relación, se la somete, sin embargo, a un orden jerarquizado con todo rigor.
La ciudad contínua y compacta, como decimos, se ve sometida, planificada, a una jerarquización de usos que la convierten en un objeto fragmentado. La «zonificación» es el instrumento utilizado que sanciona dicha transformación. De una realidad urbana caracterizada por la heterogeneidad funcional pasamos a otra en la que dicha realidad se descompone en partes, correspondiendo a cada una de ellas una función determinada. De esta forma, el espacio urbano, su organización espacial, tal y como fue heredada de tiempos históricos pasados, se adapta a las exigencias del capital, de ser un espacio heterogéneo, en el que no se daba una separación de funciones (que no se expresase a través de la contraposición características de los primitivos barrios medievales), pasamos a otro muy diferente en el que la segregación económica y social, extendida a todo el territorio y afectando a todo tipo de actividades, es su característica razón de ser. Y se produce dicha separación en la medida en que lo exige el propio desarrollo del capital. Condición indispensable para que se produzca dicho desarrollo, como ya sabemos, ha sido, históricamente, la necesidad de separar, social y espacialmente, los medios de producción de la fuerza de trabajo. Esta última, convertida en mano de obra libre (desposeída y separada de los medios de producción), se ha constituido como condición objetiva para el desarrollo del capitalismo. Pues bien, esta separación necesaria, entre medios de producción y fuerza de trabajo, es la que justifica, en última instancia, la segregación de funciones a que se ve sometida la ciudad continua y compacta. Las técnicas zonificadoras han cumplido ese papel de medios instrumentales urbanísticos para proceder a dicha separación.El planeamiento cobra, en esta situación, su sentido más exacto: ordena la ciudad total, asignando contenidos específicos a la diversidad de sectores en los que se fragmento. El planeamiento ordena el espacio disponiéndolo de forma fragmentada. Se trata, por tanto, de un orden que actúa como separador, o, mejor dicho, como gestor de una diversidad de opciones económico-sociales que toman la ciudad como ámbito de actuación.
De la zonificación a la sectorialización. La crisis del planeamiento tradicional
Ahora bien, si la idea de la «zonificación» se planteó con el objetivo claro de ordenar nuevos requerimientos de tipo económico y social, alzándose como la razón de ser del planeamiento urbano de carácter comprensivo, también abrió el camino que, paradójicamente, va a conducirnos a su descomposición. Si en un primer momento, coincidiendo sobre todo con los presupuestos de los CIAM, zonificar significaba repartir, o separar en el espacio, las cuatro o cinco funciones que se le asignan a toda ciudad, sin que ello supusiese cuestionar su condición de un todo unitario, con el correr de los tiempos dicha separación genera actuaciones sectoriales identificadas con esas funciones urbanas más directamente responsables del proceso de definición espacial requerido económica, política e ideológicamente. Planificar una ciudad bajo estos presupuestos, va a implicar, entre otras cosas, poner en crisis la idea de un orden de conjunto. El planeamiento, siguiendo esta lógica, va a instrumentalizar descomponiéndose en tantos órdenes como funciones esenciales requiera el nuevo orden urbano. Se trata de una situación caracterizada por la independencia de actuaciones urbanísticas, y ello tanto por lo que se refiere a sus presupuestos metodológicos como a su aplicación en el espacio y en el tiempo. Es así como comienzan a sancionarse figuras urbanísticas como un «plan de infraestructuras», un «plan de equipamientos», un «plan de espacios libres»… etc.El germen de esta sectorialidad, decimos, estaba presente en lo,,; planes que planteaban la idea de la «zonificación». Y ello, por cuanto estos planes zonificadores, en su intento de descomponer la ciudad compacta, se conforman como yuxtaposición de diversos planeamientos. Por eso decimos que generan la «sectorialidad». Cualquiera que examine un plan de estas características (tan antiguos en el tiempo como poseídos de una innegable actualidad) podrá comprobar como plantean, de forma autónoma, aunque ofrecidos bajo el ámbito de una falsa unidad, cada uno de los aspectos de la estructura urbana que pretenden ordenar. Nos encontramos, en este sentido, con planos que hacen referencia a los «USOS del suelo», a las «infraestructuras», «equipamientos», «Viario»… etc.Yuxtaposición de planes, en el marco de un plan global, que va permitiendo autonomías de gestión individualizadas, en detrimento de una idea global de ciudad, y todo ello a medida que las innovaciones tecnológicas liberan a la producción de ataduras atávicas con el compacto urbano clásico.
En estas condiciones es como comienza, realmente, a romperse la ciudad compacta, acompañado todo ello de un cambio en la manera de abordar el nuevo orden urbano. De este comienza a interesar no tanto el fortalecimiento de una idea de ciudad como su descomposición real. El planeamiento sectorial, en este sentido, no sienta sus bases en la formulación de un espacio urbano socializado y de hondo contenido colectivo. Muy al contrario, con el planeamiento sectorial se perfilan mecanismos urbanísticos de amplio espectro colonizador.
La idea de la sectorialización urbanística surge en la medida en que también se sectorializan las inversiones sobre la ciudad, coincidiendo, todo ello, con la construcción mental, teórica, de un modelo urbano caracterizado por la ausencia de controles que no sean los que respondan a su disponibilidad como ámbito de actuación al servicio del los intereses del mercado.
La idea de plan entra en crisis, por cuanto su mantenimiento implicaba, necesariamente, hipotecar decisiones tomadas con excesiva anticipación, apostándose, en contrapartida, por la inmediatez. El planeamiento, en este sentido, se hace día a día, inversión a inversión, asegurando intervenciones que se remiten, fundamentalmente, a grandes parámetros infraestructurales.Lo paradójico de todo esto, sin embargo, es que la responsabilidad de estos parámetros, en la definición del nuevo orden urbano, no es una cuestión de actualidad. La definición de las grandes infraestructuras urbanas, el sistema de equipamientos, la localización de los espacios donde operan los promotores inmobiliarios … ete, han estado presentes, bajo una simulación oculta, aunque no por ello menos real, en la estructura misma de los Planes de Ordenación más clásicos. Lo que está sucediendo, ahora, es que dichos presupuestos metodológicos, bajo cuyas determinaciones se instrumentalizan este tipo de planes, encuentran, en la realidad actual, el campo abonado para su aplicación. Esta realidad urbana está perdiendo su condición de «orden compacto», tendiendo hacia un modelo en el que la disolución espacial, la desagregación sin solución de continuidad, constituyen los presupuestos territoriales del nuevo orden urbano.
Es requisito indispensable, para aclarar esta crisis del planeamiento comprensivo, reconocer que lo que se suele denominar como un Plan General de Ordenación Urbana ( como ejemplo de la figura urbanística más clásica) no representa más que un «plan sectorial de usos de suelo» (R. López de Lucio «Ciudad y Urbanismo a finales del siglo XX». 1993). Las grandes decisiones que entienden de la ordenación del territorio están tomadas con independencia de lo que se plantea en el Planeamiento General citado. Este es el que se remite a aquellas y no al contrario. A este «planeamiento general» solo le cabe definir usos de suelo, cuyo contenido funcional, localización, gestión, incluso la posible forma urbana que condicionen, se remiten a lo determinado por la sectorialidad infraestructura].A pesar de todo, y he ahí la crisis del planeamiento, seguimos utilizando parámetros ordenancísticos clásicos para proceder a esa planificación general de la ciudad y el territorio. Crisis del planeamiento comprensivo, por tanto, que no es más que una consecuencia de la, a su vez, crisis del modelo urbano de crecimiento compacto.
Asistimos, por tanto, a una ruptura de la visión globalizadora de la ciudad, en favor de sectorialidades diversas, aunque no por ello se está produciendo una renuncia alternativa a su ordenación urbanística de corte tradicional. Ahora bien, si el planeamiento comprensivo está en crisis, por cuanto contemplamos la desaparición, al menos en términos de tendencia, de la ciudad compacta, ¿significa esto que tenemos que renunciar a la idea de planeamiento, a la voluntad de controlar de forma unitaria el desarrollo urbano y especialmente el de carácter comprensivo?
Si la idea de planificar la ciudad es puesta en crisis, y así se expresa a través de mecanismos ideológicos lanzados desde el poder constituido, que enfatizan la idea de que el Estado debe tender a cotas de crecimiento mínimas, ¿cabe alguna otra posibilidad en la que la idea de un determinado orden urbano sea indispensable para recuperar el uso del espacio como un bien colectivo? Porque, fácil es observar, que esta disolución espacial condiciona modos de vida que recurren a la individualidad insolidaria como presupuesto moral inalterable. La soñada zonificación lecorbuseriana ha sobrepasado sus más optimistas previsiones. Se gestaba, con ella, la ciudad del capital y ha resultado, espacialmente hablando, la esencia misma del beneficio, ya que como ciudad en sentido estricto poco puede decirse. Nunca mejor aquella frase de que «el sueño de la razón produce monstruos».
Podemos volver a argumentar, en este sentido, que la ciudad es una máquina, artefacto productivo que ha requerido, para su funcionamiento como tal, eliminar su complejidad socio-espacial clásica, potenciando el aislamiento, evitando los contactos sociales, sometiéndonos a todos a un proceso amnésico de difícil, por no decir irreversible, recuperación. ¿La cuestión es cómo plantear la planificación de este espacio, en continua disolución, que sólo necesita, para su orden, mecanismos no-espaciales, como manipular rigurosamente, si cabe aún más, la mente de los que consumimos la ciudad, o recuperar un nuevo orden urbano que devuelva a la ciudad su histórico sentido colectivo, y su condición de espacio complejo y solidario? Y si lo planteamos en términos económicos, -nos hemos puesto a pensar el coste de esta ciudad desagregada, con múltiples fragmentos extremadamente separados unos de otros, con bajas densidades que sólo se justifican por un sentimiento de clase encadenada a la propiedad de la tierra? Nos referimos, naturalmente, a la tendencia, observada en las ciudades más importantes, hacia la fragmentación en unidades de clase que se encierran, materialmente, tras la atenta mirada de un guardia jurado, en espacios privilegiados al margen de la gran ciudad.El modelo urbano más cercano a éste que estamos construyendo -¿,quién nos lo iba a decir?-, es el ya consolidado en el mundo americano. El centro urbano tradicional comparte su servicio al capital (son los grandes compartimentos terciarios) con los sectores sociales más desfavorecidos. En este modelo, en efecto, la riqueza ha perdido cualquier indicio de rubor, no importándole mostrar su arrogancia y su capacidad para racionalizar la explotación. En las periferias, este modelo organiza una diversidad de espacios: Desde las urbanizaciones proyectadas entre rejas, donde se reúne lo más selecto de nuestra sociedad, hasta aquellas otras, de signo más tradicional, donde se agolpa la inmensa mayoría trabajadora.
¿Se trata, insistimos, de planificar este espacio, o de recuperar la ciudad perdida? Siempre hemos pensado que la planificación urbana no podía ser ajena al necesario modelo social que debe estar en la base de sus planteamientos. Hoy, más que nunca, hay que insistir en este aspecto, lo que implicaría recuperar la idea de ordenar, de anticipar el desarrollo urbano, en estrecha relación con un proyecto político que sea capaz de materializar una nueva relación entre espacio y sociedad. Aquí encontramos las bases de la disciplina urbanística con capacidad para superar los planteamientos decimonónicos que aún están presentes en gran parte de la práctica profesional.
La definición de estos nuevos presupuestos metodológicos es muy probable que la investiguemos en la medida en que seamos capaces de analizar las relaciones entre crisis del planeamiento, quiebra de la idea de Estado (social), tendencia a la desaparición del uso colectivo del espacio y privatización continua de la ciudad. Recuperar, por tanto, la idea de planeamiento, partiendo de unos presupuestos metodológicos diferentes, debería significar, en suma, la también recuperación de las bases sociales que se han identificado, históricamente hablando, con los ideales, con la utopía, es decir con todo lo que ha empujado y acelerado, en clave de justicia y solidaridad, el progreso de la sociedad.
Planeamiento urbano en la Europa comunitaria, Bélgica, Italia, Gran Bretaña, Francia, Portugal y España
Publicación de las ponencias del Curso ‘El Planeamiento Urbano en la Europa Comunitaria’ (1992-1993. Valladolid)’
Juan Luis de las Rivas y Giovanni Muzio
Valladolid : Instituto de Urbanística de la Universidad de Valladolid, 1994
ISBN 8477624453
275 p.
map.
24 cm
Texto en español, francés, italiano, inglés y portugués
Países de la Unión Europea — Planes de urbanismo — Congresos
Urbanismo — Europa — Congresos
Avda. Salamanca, 18 47014 · VALLADOLID (España) +34 983 184332 iuu@institutourbanistica.com