En los últimos años, el replanteamiento de los valores urbanos y la propuesta de nuevas miradas sobre la ciudad han hecho emerger el concepto de proximidad, como una perspectiva fundamental en la construcción de la urbe. La superación de las tesis modernas, propias del siglo XX, ha dado lugar a una revalorización de la escala de barrio, del desarrollo urbano contenido y de las estructuras compactas. El punto en común, que subyace en muchas de las nuevas propuestas, es el de un retorno a la cercanía, ya sean personas, emplazamientos, servicios o agentes económicos. Un descubrimiento, heredero de las ideas de Jane Jacobs (1961), utilizado como una de las bases conceptuales, por autores tan diversos como Richard Florida (2002) de Jan Gehl (2010) y Edward Glaeser (2011).
Los seres humanos han tendido siempre a concentrarse y a agrupar sus actividades diarias y económicas dentro de núcleos urbanos heterogéneos (Baumont et al., 1998). De hecho, y en palabras de Jean M. Huriot (1998), la ciudad es la expresión perfecta de la proximidad organizada, lo que Levy (2011) entiende como “diversidad densa”. Un espacio diseñado para facilitar y maximizar las interacciones humanas, a diversos niveles, lo que hace posible hablar de cercanía física, institucional, cognitiva, social, temporal o afectiva (Rallet, 1998).
La proximidad es un concepto polisémico y relacional, no siempre referenciada sólo a una unidad objetiva del territorio, sino también a una propiedad relativa al ciudadano. Conceptos como conectividad, tiempo de recorrido o condiciones subjetivas del desplazamiento, determinan si algo se encuentra próximo o no, siendo la distancia física un elemento más dentro de este cálculo (Brennan & Martin, 2012). Esta condición polisémica y compleja del concepto ha permitido que, en los últimos años, muy diversas disciplinas hayan tratado de analizar sus efectos desde enfoques y puntos de vista distintos.
De esta forma, arquitectos, geógrafos y urbanistas han estudiado los impactos de las formas urbanas próximas y compactas desde la dimensión física, como alternativa al modelo de urbanismo y movilidad imperante en las últimas décadas, caracterizado por las formas dispersas y la dependencia del automóvil. Así, desde que Newman y Kenworthy (1989) constataron que la forma urbana tenía efectos directos sobre el consumo energético derivado del transporte, numerosos estudios han tratado de establecer las ventajas de vivir más cerca los unos de los otros, en términos de reducción de emisiones contaminantes (de Nazelle et al., 2010) y consumo de combustibles (Mindali et al., 2004; Jabareen, 2013). Estas investigaciones deben entenderse dentro del discurso general de la sostenibilidad y en el contexto de la participación del sector transporte en el cambio climático.
En el campo de los transportes, también existen un número importante de trabajos orientados a esclarecer de qué forma, la proximidad, la densidad o las distancias que debemos recorrer en nuestros desplazamientos diarios determinan nuestras elecciones en materia de transporte. Estudios como los de Robert Cervero (1997) o Reid Ewing (2009) se han centrado en analizar de qué forma los factores físicos de nuestro entorno -entre ellos la proximidad- nos impulsan a utilizar unos u otros medios de transporte. Finalmente, la accesibilidad territorial -medida en numerosas ocasiones como la distancia a los servicios o al lugar de trabajo- también ha atraído la atención de ciertos autores, bajo la premisa de que la cercanía es clave para generar comportamientos de movilidad más eficientes y sostenibles (Miralles et al., 2014; McConville et al., 2011).
Por otro lado, vivir cerca de los servicios o en altas densidades también tiene una dimensión social (Lucas & Jones, 2012). ¿Cuáles son las ventajas o desventajas de vivir en entornos urbanos densos y consolidados, desde el punto de vista de los ciudadanos? Estos aspectos están siendo estudiados en los ámbitos de la geografía, la sociología o las ciencias políticas, poniendo especial atención en la proximidad como factor de integración social (Preston & Rajé, 2007). Colectivos vulnerables como la gente mayor o los discapacitados pueden compensar su menor potencial de movilidad con un uso más frecuente de los desplazamientos de proximidad, siempre que el entorno urbano lo permita (Kerr et al., 2012). Por otro lado, la capacidad de ahorrar tiempo de desplazamiento es especialmente importante para grupos de población con agendas complejas, como las mujeres de mediana edad que combinan trabajo remunerado con tareas domésticas (Farber & Páez, 2011).
Pero el estudio de la dimensión social de la proximidad no se ha limitado a factores exclusivamente de acceso a los recursos, sino también a aspectos más relacionados con el bienestar de las personas. Algunos estudios vinculan la proximidad y la densidad de población con un mayor arraigo al barrio y a una mayor participación en la vida de la comunidad (Jouffe, 2011), así como a una mayor percepción de seguridad (Dempsey et al., 2012).
Recientemente, algunos efectos de la proximidad han despertado interés dentro del ámbito de la salud pública. En el contexto de una sociedad dominada por el sedentarismo y el uso del coche, la proximidad tiene efectos beneficiosos para la salud, en cuanto invita a usar medios activos de transporte: andar o ir en bicicleta. Los entornos urbanos walking friendly se consiguen mediante una combinación acertada de elementos de diseño y distancias asequibles para ser andadas (Owen et al., 2007). Precisamente por tratarse de modos de transporte con grandes externalidades positivas, en términos medioambientales, sociales y de salud, las circunstancias específicas que impulsan a andar han sido también analizadas. En este contexto la proximidad entre un origen y un destino se erige como uno de los factores clave en la elección modal del transporte (Southworth, 2005). Por último, en esta misma línea, en los entornos que permiten la presencia del peatón, aumenta la participación social de los individuos en sus comunidades (Richard et al., 2009), un aspecto importante como factor de inclusión y bienestar.
Sin embargo, la tradición más extensa, en los estudios de las consecuencias de la proximidad, se encuentra en el ámbito de la economía espacial. Ya los trabajos de Alfred Marshall analizaron las externalidades positivas que la concentración de tejidos empresariales generan (Clare, 2013). La localización concentrada de empresas incrementa la productividad y la utilización de un mismo mercado de trabajo e infraestructuras (Torre, 1998). En esta linea argumental, la distancia afecta a la transmisión de información formal e informal, haciendo de la cercanía un elemento esencial para los procesos de innovación (Talen, 2008), tan relevantes en la economía actual. En los últimos años se ha ido verificando que no sólo las empresas son más productivas cuando se localizan a poca distancia unas de otras, sino también la productividad intelectual de los individuos crece cuando estos se concentran en el espacio (Glaeser, 2011). Así, estudios como los de Storper y Venables (2004) o Abel et al. (2012) han demostrado el importante papel de la proximidad en la generación de innovación y en el incremento de riqueza y bienestar.
También la elección del transporte en el desplazamiento al lugar de trabajo y su relación con el incremento de riqueza ha generado interés por parte de los economistas. En este ámbito, se encuentran estudios que indican que la proximidad invita al uso de transporte activo que, a su vez, repercute en una mejor salud de los trabajadores y en un menor número ausencias y bajas laborales (Hendriksen et al., 2010).
Finalmente, no se pueden olvidar los efectos que la proximidad tiene en la propia ciudad. Cuando el tejido urbano permite dinámicas de proximidad en forma de actividad peatonal, se generan una serie de efectos en la propia estructura de la ciudad (Gehl, 2010). Por un lado la presencia del peatón tiene impactos positivos en la estructura comercial de las pequeñas tiendas de calle (Litman, 2011) y por otro, la percepción de espacios de mayor calidad urbana (Leinberger & Alfonzo, 2012).
La revista “Ciudades” plantea abordar la proximidad como nuevo valor urbano a través de las contribuciones de un grupo pluridisciplinar de autores que permite cubrir muchos de los diversos ámbitos de estudio de la proximidad en las ciudades.
Barcelona, mayo de 2014