Entornos rurales activos: modelos innovadores de planificación, gestión, participación y gobernanza territorial
Ciudades 24, 2021
La vinculación entre paisaje y territorio a través de la percepción, propuesta por el Convenio Europeo del Paisaje, genera una cierta sensación de desazón en los equipos de investigación, planificación y gestión urbanística y territorial dedicados al medio rural. No es para menos, puesto que una vez asumido que nos enfrentamos, como sociedad global, a un proceso acelerado de concentración urbana a escala planetaria, la lógica rotunda de la primera afirmación nos indica que asistimos también a un proceso de desvinculación, cuanto menos sensorial y afectiva, de nuestros paisajes rurales.
Este silogismo, en plena era del Antropoceno, resulta exhibir no solamente un carácter marcadamente contradictorio (el propio proceso de desvincularnos de algo sobre lo que cada vez tenemos un mayor nivel de incidencia), sino también una dejación de funciones en toda regla por parte del conjunto de la sociedad. Haya sido adoptada de forma consciente o inconsciente, la creciente apatía sobre el devenir del espacio rural afecta a la provisión de bienes públicos y privados, la generación de riqueza, la prestación de servicios ecosistémicos y la viabilidad de nuevas y viejas iniciativas eco-sociales, productivas y culturales.
Además, el territorio rural acoge funciones básicas para los ecosistemas, ya sean más o menos naturales o artificializados, desde un bosque a un pasto, un cultivo o una ciudad. Y, en nuestras latitudes podemos afirmar rotundamente que todas ellas, incluidos los bosques más recónditos o los picos más altos, reciben una marcada influencia humana y social. Incluso, bajo las actuales circunstancias, se puede afirmar que gran parte de estas funciones ecosistémicas dependen de una adecuada intervención humana para su mantenimiento en buen estado.
Por el contrario, interpretando, o malinterpretando, las tendencias actuales, pareciera que la opción por defecto en el medio rural consiste en un modelo de planificación territorial escaso de ambición y propósito, fragmentado en su planteamiento, sectorializado y descoordinado en su aplicación, que contribuye a debilitar la intrincada red de relaciones y flujos que componen el metabolismo propio de los territorios. Incluso en los espacios más valiosos, como los espacios naturales protegidos, el modelo de planificación tiende a separar las decisiones humanas de la evolución “natural” del paisaje, como si las personas no fueran parte de la misma naturaleza. Resulta notable que nuestra dejadez se apoye en considerar como extraña la presencia humana, nuestra presencia, en estos espacios, nuestros espacios.
La apuesta política que subyace detrás de este modelo podría definirse como la no-gestión, si no fuera porque es un concepto ilógico e ineficiente. Y no hablamos de reducir y adaptar la intervención humana a las capacidades o los valores de un espacio concreto, sino de la actitud, cada vez más extendida en los ámbitos de decisión, de dejar que todo tipo de cosas pasen bajo la premisa de que eso es lo “natural” y que eventualmente los problemas se resolverán solos. Lo preocupante es que, quizá esta no-gestión esconda un propósito diferente, apuntando a la adopción de modelos verticales que faciliten la toma de decisiones estratégicas sin la interferencia del propio territorio. Así, la capacidad de gestión se transfiere a agentes externos que, no obstante, dejan sobre las poblaciones locales la responsabilidad de lidiar con los riesgos derivados de su acción y de sufrir las consecuencias de un proceso de cambio global que afecta, de forma irreversible, al conjunto de nuestros territorios.
Contrariamente a esta tendencia, un número creciente de trabajos científicos y propuestas urbanísticas y territoriales, procedentes de campos de conocimiento diversos, resaltan la importancia ecológica, social y económica de adoptar modelos de planificación y gestión mucho más apegados al territorio y sus gentes, para garantizar la sostenibilidad de los espacios rurales. También, desde una perspectiva urbana, porque los territorios rurales aportan numerosos bienes que la ciudad demanda para su propio desarrollo y beneficio: patrimonio, productos de alta calidad, cultura, relaciones humanas, oferta turística y de ocio, oportunidades económicas y otros bienes públicos y privados. Muchas propuestas urbanísticas también han acogido positivamente este enfoque, incorporando el territorio como un elemento activo que genera bienes y servicios de enorme valor y que es necesario planificar y gestionar en un contexto de sostenibilidad.
Algunas pautas para generar este cambio de perspectiva ya están claras y pasan por redibujar el papel de las personas y las comunidades en su relación con los paisajes y entornos rurales. Esto se consigue, por ejemplo, activando e impulsando el funcionamiento de los ecosistemas y sus beneficios desde los propios instrumentos de ordenación. También se trata de restaurar, actualizar y mejorar el papel territorial positivo que tienen diversas actividades productivas, por ejemplo, el pastoreo móvil y la ganadería extensiva, la huerta de proximidad o la actividad forestal, aunque también en otros sectores, como las telecomunicaciones, la movilidad, las infraestructuras, el emprendimiento social o la expresión artística y que pueden, además, contribuir a mantener vivos los espacios rurales. Una tercera cuestión consistiría en reivindicar el papel de las poblaciones locales en la gestión del territorio y sus recursos, promoviendo nuevas instituciones de base participativa, afrontando los conflictos mediante el diálogo y la negociación, facilitando la implicación de los diversos actores sociales en la planificación y gestión estratégica y territorial, generando tejido social y construyendo comunidades conscientes y activas en la conservación de la biodiversidad, de la fertilidad del suelo y de la calidad de los territorios. Y cómo no, enlazando con la cabecera de nuestra revista, restaurando condiciones de equilibrio y equidad en la relación con los espacios urbanos, aprovechando las sinergias que se pueden producir en su interfaz en términos de políticas urbanísticas, energéticas, alimentarias, de movilidad o de sostenibilidad y promoviendo nuevos modelos de relación entre la ciudad y el entorno rural. La planificación urbanística y territorial tiene aquí un papel determinante, que no puede abstraerse de este escenario en plena evolución.
Este número de la revista Ciudades pretende mostrar una selección de estos diferentes enfoques, propuestas, casos de éxito e innovaciones desde una perspectiva colaborativa, multidisciplinar y multi-agente, aunque mirando específicamente al urbanismo y la planificación territorial. Se pretende, fundamentalmente, poner en valor el factor humano en la construcción, el funcionamiento, la sostenibilidad y la gobernanza de los entornos rurales.
Por tanto, de cara a la convocatoria número 24 de la revista Ciudades, cuya publicación está prevista para 2021, tratamos de localizar trabajos e iniciativas de investigación (vinculadas, en todo caso, a la planificación, gestión, acción y participación social en el medio rural) que adopten una perspectiva dinámica y activa en el tratamiento del territorio y su gobernanza. La sección monográfica de Ciudades 24 apunta, de forma específica pero no excluyente, a iniciativas basadas en el planeamiento urbanístico, la colaboración intersectorial, el intercambio de conocimiento, las redes de apoyo y trabajo, la participación social, la innovación, la rehabilitación y actualización de instituciones y las nuevas formas de economía compartida o las redes sociales impulsadas por los nuevos medios de comunicación. En cuanto a su temática, de forma amplia pero no exhaustiva, se puede citar la integración de la producción en el paisaje, la recuperación del patrimonio y el capital natural y cultural, la sostenibilidad, la adaptación y la gestión de riesgos vinculados con el cambio climático y global, el uso sostenible de nuevas tecnologías, la movilidad y las diferentes formas que adopta en el medio rural, la producción de energías renovables y los nuevos modelos de producción y distribución con base territorial, el turismo sostenible y su relación con las producciones locales y, finalmente, el establecimiento de nuevos modelos de relación entre los distintos agentes del medio rural y entre éste y los espacios urbanos.