Giuseppe Campos Venuti, In Memoriam
Pasadas dos semanas desde el fallecimiento de Giuseppe Campos Venuti el pasado 29 de septiembre, hoy compartimos con vosotros dos textos en su recuerdo, escritos por dos miembros del IUU que le conocieron muy bien: Gregorio Vázquez Justel, que fue alumno suyo en Milán, y Alfonso Álvarez Mora, con el que entabló una relación de amistad, y que impulsó su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid. Ambos textos aparecerán, además, en la sección “In Memoriam” del número 23 de la revista Ciudades.
STURM UND DRANG AL POLITECNICO – Gregorio Vázquez Justel, Arquitecto Urbanista
Las tres de la tarde no es la mejor hora para asistir a clase. Menos en el caldeado ambiente de un aula del Trifoglio en la Escuela de Arquitectura y para asistir a alguna densa lezzione de Urbanistica, en italiano, tras carreras por los poblados espacios y pasillos del inmenso Politécnico de Milano. La incorregible costumbre hispana de comer sentado a mediodía y la pesada pasta de la Mensa universitaria, no mejoraban la situación, pero tampoco conseguían anular la “obligación” del grupito de spagnoli para la clase teórica del prestigioso professore. Máxime al ser conscientes de nuestra condición de “privilegio controllato”, como Erasmus de generación pionera allá en el curso 1990-91.
Campos Venutti atraía hasta llenar el aula a un nutrido público de estudiantes de laurea, algún doctorando visitante y por supuesto todos sus asistentes y colaboradores, en unas clases teóricas que él “imponía” obligatorias y su cualidad de orador le llevaba a unos discursos –hoy se añoran, magistrales– en los que exaltaba sus ideas, combinando datos y ejemplos de su ya enorme experiencia profesional con referencias y lecturas de la Historia e historias –no solo de la disciplina–, la Economía o la Política, europeas, italianas o españolas. A menudo con mucha vehemencia, también con ironía, su vozarrón se elevaba enfatizando la alocución y, como buen docente, modulando la atención de los oyentes e insertando la pausa o silencio estratégico para permitirnos tomar alguna nota.
¡Vergogna!, ¡Vergogna!, tronaba en el aula y también, mágica coincidencia, la tormenta exterior en el pomeriggio milanés, cuando un compañero cabeceante por las primeras filas se despierta al trueno coincidente de Campos y del aguacero externo. Miradas entorno, sonrisas disimuladas entre el grupo y la clase Centi mille, milliardi alloggi… siguió. La vergüenza no clamaba, para su sobresaltada tranquilidad, sobre el alumno víctima del sopor, sino sobre el sprecco –despilfarro– inmobiliario italiano que las políticas latinas venían desde la postguerra fomentando en las “naciones de propietarios” de vivienda.
Recordaremos siempre este momento, anécdota entre tantas que nos dejó –y marcó esa etapa vital–, con el privilegio de su trato y enseñanzas, el gran Urbanista y Profesor. También fuimos descubriendo sus trabajos, sus libros, sus viajes guiados –imposible no recordar Bolonia explicada por él–, más tarde sus batallas, renuncias, consejos y muchas charlas. Detrás de su imponente figura y la austera distancia de respetable profesor –coquetamente cultivadas–, del político e intelectual riguroso, acreditado experto internacional y mito viviente de la historia política italiana, pronto descubrimos que el profesor tronante era un hombre afable, próximo, divertido, y extraordinariamente generoso, en sus ideas, trato e incluso calificaciones académicas.
Como todos los verdaderos sabios, sencillo, asequible y atento a todo y a todos. Luego vendrían sus frecuentes visitas a Valladolid y al Instituto –IUU–, el Honoris Causa, y sus siempre amigables recomendaciones, críticas o estímulos en forma de conferencias o cafés. Su influencia en el Urbanismo ha sido enorme. Algunos podemos decir, agradecidos, que nos cambió la vida.
A BUBI CAMPOS, EN EL RECUERDO – Alfonso Álvarez Mora, IUU
Del “Caro architetto” al “Alfonso, carissimo, vecchio amico…”
Acabábamos de escribir el libro sobre los Centros Urbanos. Era el año 1980 cuando se nos ocurrió, a Fernando y a mí, enviárselo a Giuseppe Campos Venuti, al que aún no conocíamos personalmente, para que lo prologase. La respuesta no se hizo esperar. Nos dijo que lo leería en su tiempo de descanso, allá en la isla de Elba, aunque ya nos adelantaba que solo lo haría si estuviese de acuerdo con el contenido del texto. En una carta que recibí para comunicarme esta decisión, se dirigía a mí como “Caro architetto”. Algo más de veinte años después, en 2001, me dedicó su pequeño libro, Territorio, con un tono muy diferente: “Alfonso, carissimo, vecchio amico…”. Qué diferente era la entrañable relación que, por entonces, nos unía.
Al final, no fue posible el prólogo que le solicitábamos, al no llegar a buen puerto esos acuerdos que él consideraba imprescindibles para llevarlo a cabo. Tuvo la honradez, eso sí, de relatar en un nueva carta el porqué de su rechazo a prologar nuestro libro, argumentando que no podía aceptar nuestro punto de vista “catastrofista” que, según él, manteníamos a propósito del devenir de los centros urbanos. No es mi deseo entrar ahora en polémica (porque ya lo hice, en su día, con el propio Campos), ya que pienso que hubo más malentendidos que otra cosa. Aunque la verdad es que nuestra aún inmadura formación nos alentaba a posiciones radicales que se deleitaban más en el “campo de batalla” que en el de las “reformas”.
Mi relación con Bubi Campos comenzó antes de conocerle personalmente. En una mesa rodeado de alumnos (ya que se trataba de una clase que estaba impartiendo en la Escuela de Madrid), allá por el curso 1979/80 explicaba, siguiendo un artículo fotocopiado en el que se reseñaba el Plan de Pavía, el cual fue redactado por Campos Venuti y Federico Oliva, con la asesoría externa, creo, de Giovanni Astengo, explicaba, digo, los contenidos y las propuestas de dicho plan. Seguramente estaría resaltando lo que más me llamó la atención del mismo: la opción tomada a favor de lo que llamaban el “plan de servicios” como primera medida a tomar para fortalecerlo como auténtica espina dorsal de la alternativa adoptada. Se quería decir, con ello, que había que empezar por establecer las necesidades que demandaban los ciudadanos, la urgencia en su satisfacción, haciendo del plan, por tanto, un instrumento en el que se compaginase el “hacer inmediato” con el “planeamiento futuro”, lo que, años más tarde, definiría el propio Campos con la frase-concepto «planning by doing». Desde entonces, no he dejado de tener en consideración esta idea, concibiendo el Planeamiento desde esa concepción que inequívocamente lo involucra con necesidades reales, sentidas por una población real; muy alejado, por tanto, de posiciones reaccionarias, las que fomentan desigualdades e injusticias urbanas derivadas de esa manera de hacer ciudad sujeta a la lógica de la renta del suelo. El pensamiento de Campos, en este sentido, comenzó a hacer mella en mí, como digo, mucho antes de conocerle personalmente, cuando aún no había tenido ocasión de “chocar” con su fuerte personalidad.
Personalidad que tuve ocasión de conocer, por primera vez, en Córdoba, donde nos encontrábamos redactando el Plan General, adjudicado a Nacho Ugalde y a su equipo en 1980, cuando el Ayuntamiento estaba regido por Julio Anguita. Estábamos en Córdoba porque se había convocado una reunión de coordinación del Plan, a la que se había invitado, como asesores, a Campos Venuti y a Nuno Portas. Por aquella ocasión ya le habíamos escrito para que nos prologase el libro sobre los centros urbanos, aunque aún no habíamos recibido la contestación citada. Aproveché para presentarme y decirle que yo era el que me había dirigido a él. Ya conocemos el resto de la historia.
Pero fue dos años más tarde, en 1982, cuando sentí con fuerza (por no decir con cierta violencia intelectual) el peso de sus ideas. Habíamos sido invitados, ambos, por la entonces Diputación Provincial de Madrid para impartir una conferencia al unísono sobre el concepto de patrimonio, en el marco de unas jornadas dedicadas a los estudios sobre la provincia de Madrid. Mi ingenuidad me traicionó, una vez más, al meterme en cuestiones referidas a la cultura italiana que yo ignoraba, pero que estaban muy presentes en Campos. El hecho es que, en la idea que estaba elaborando, por entones, a propósito del concepto de “patrimonio”, ocupaba un lugar destacado el pensamiento de Gustavo Giovannoni. Y así fue como elevé dicho pensamiento más allá de lo que me podía permitir Bubi Campos, al plantear la cuestión, fundamental para mí, del “ambiente” para establecer pautas urbanísticas en la valoración de los bienes patrimoniales. Terminada mi exposición, y tomando la palabra Campos, me tachó de ignorante ante el desconocimiento que tenía de lo que había representado (nefasta representación) Gustavo Giovannoni en la cultura arquitectónico-urbanística italiana. “Mi amigo Álvarez Mora -dijo Campos, y cito de memoria, con una potente sonoridad,- no sabe que Giovannoni fue un fascista que, como tal, siguió los dictados más reaccionarios a la hora de intervenir en la ciudad, muy especialmente en Roma. Las aperturas viarias que planteó en el Barrio del Tridente, en Roma, fueron un atentado contra la dignidad”. Menos mal que aquellas jornadas acabaron pronto, iniciándose, a partir de entonces, el camino hacia una amistad que se fue consolidando a medida que pasaba el tiempo, no faltando, de vez en cuando, lo que me hizo apreciarla mucho más: sinceras críticas mezcladas con entrañables afectos.
La puesta en marcha de los programas Erasmus nos brindó la oportunidad de establecer relaciones institucionales con otras universidades europeas, sobre todo de índole docente e investigador. Debido a los primeros contactos que ya habíamos tenido con Campos Venuti, comenzamos nuestro tour europeo visitando el Politécnico de Milán, donde Bubi Campos era, por entonces (1988/90), catedrático de Urbanística. Fue el momento de pasar del mero conocimiento personal al intercambio institucional, tanto de profesores como de alumnos. Realizamos un primer viaje a MiIán, donde nos reencontramos con él, entablando relación con sus más estrechos colaboradores, como era el caso de Federico Oliva y Valeria Erba. Así comenzó una intensa colaboración, de ida y vuelta, que a nosotros nos llevaba a Milán, y a los milaneses a Valladolid, creando un ambiente universitario común que apenas nos hizo sentir los cambios de aulas que acogían nuestros respectivos magisterios. Conseguimos crear la sensación de un único hacer universitario, ya estuviésemos en Milán o en Valladolid, dos espacios para una misma experiencia vital. También para las discusiones, a veces acaloradas, que seguía manteniendo con Bubi Campos.
Fue en esta ocasión, en el año 1991, en una de esas visitas a Milán para impartir docencia en el marco del Programa Erasmus, cuando tuve, de nuevo, la oportunidad de pasar unas horas con él, y no se me ocurrió otra cosa que sacar el tema de Madrid y de cómo valoraba su experiencia como asesor del Plan de 1983, una vez que dicho plan ya había sido aprobado y puesto en marcha. Cometí la torpeza, una vez más, de adelantarme a su respuesta, atacando la actitud adoptada por los partidos políticos, los representados en el Consistorio Municipal, quienes se habían empeñado en eliminar, hasta casi hacerlos desaparecer, a los movimientos vecinales que los habían aupado al gobierno del Ayuntamiento. La democracia municipal, le decía a Campos, había acabado con la democracia popular, con los movimientos vecinales, con las asociaciones de vecinos. La respuesta de Campos fue contundente: Así tenia que ser, ya que los dirigentes de aquellos movimientos estaban representando, desde las instituciones democráticas para las que habían sido elegidos, a los ciudadanos que habían luchado durante los años pre-democráticos por conseguir mejores condiciones de vida. Ahora, proseguía Campos, les tocaba luchar a sus líderes, pero desde las instituciones que representaban. Una democracia real, le contesté, solo puede sostenerse sobre movimientos de base que actúan como memoria crítica del sistema. A los lideres no se les puede dejar solos.
Nuestras posiciones quedaron muy claras, siendo consciente, a partir de entonces, que teníamos puntos de vista diferentes dentro del denominador común que nos identificaba como militantes comunistas. Posiblemente, lo que ocurría es que a mí se me podría tildar de “izquierdista”, es decir, de seguir padeciendo lo que Lenin calificaba como “enfermedad infantil del comunismo”, cosa de la que mi amigo Bubi hacía tiempo que se había desprendido. Pero todas estas discrepancias, afortunadamente, abrieron el camino hacia una relación en la que convivieron el respeto y la consideración del uno hacia el otro, con un entrañable acercamiento que procuraba situaciones de amistad incondicional.
Y así fue como comenzamos a solicitarnos mutuamente, organizando encuentros académicos, reuniéndonos con amigos comunes en torno a un tema de discusión, siempre a propósito de casuísticas urbanísticas, culminando, todo ello, con su nombramiento, por iniciativa mía, como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid, siendo yo por entonces (1996) director de la Escuela de Arquitectura. Recuerdo que, para acompañarle en esta investidura, se acercaron a Valladolid algunos de sus amigos españoles y portugueses, entre los que estaban Oriol Bohigas, Eduardo Mangada, Nuno Portas, Javier García Bellido, Jesús Gago… Campos se sintió muy honrado con este nombramiento, recordándomelo siempre que nos veíamos (al igual que el hecho de haberlo compartido con Francisco Rico, sobre quien recayó el mismo título ese día).
Todo lo demás, que fue mucho, se fue inscribiendo en este respeto, en la enorme consideración en la que siempre lo he tenido, en lo importante, en suma, que ha sido para mi. Y, por ello, me esforzaba en ofrecerle lo mejor de nuestra condición de estudiosos del Urbanismo, como fueron las jornadas que organizamos en Valladolid en 1995, un año antes de su nombramiento como Doctor Honoris Causa. Reunidos en torno al tema “Planificar la Ciudad, Proyectar la Arquitectura”, convoqué a Roberto Fernández, procedente de Argentina; a Nuno Portas, a Carlo Aymonino (con quien no coincidía Campos hacía ya bastante tiempo), sin olvidar a Eduardo Mangada. O aquellas otras Jornadas (2001) en las que discutimos sobre todo lo que tenía que ver, en materia de Urbanismo, con las relaciones Italia-España. En esta ocasión, contamos, aparte de con el propio Campos, con Federico Oliva, Eduardo Leyra, Antonio Font y Fernando Roch. Fue entonces cuando me regaló ese pequeño libro, Territorio, al que acompañaba la dedicatoria que encabeza este escrito.
Fue tal el interés que me suscitó este texto, un resumen esplendido, como solo él podía hacerlo, de lo que el Urbanismo y la Planificación Urbana habían dado de sí durante el siglo XX, que tomé la decisión de traducirlo para publicarlo en nuestro país. Pensé, para ello, en la posibilidad de reunir, una vez más, a los amigos españoles de Campos, a los que les solicité un escrito para acompañar al libro en ciernes, lo que dio lugar a una publicación final que presentamos en 2004, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En dicho libro, como digo, y junto al texto de Campos, aparecen escritos de Eduardo Leira, Oriol Bohihas y Fernando Roch. Tras la presentación citada, homenajeamos a Bubi Campos, que se había desplazado de Bolonia a Madrid para asistir a la presentación del libro, con una cena en el café Gijón.
Mi relación con Campos se ha asemejado a una envolvente helicoidal que ha ido alcanzando el cielo a medida que se aupaba hacia el firmamento, dejándose por el camino la hipotética dureza de su personalidad que solo algunos privilegiados, como es mi caso, han visto convertirse en una ternura que se ocultaba en rincones ocultos en los que no se dejaba ver. A esos rincones me dejaba acceder a medida que nuestra amistad cobraba significados precisos. Como aquella despedida, en Roma, en 1998, después de finalizar mi primer año sabático en esa ciudad, tomando una cerveza en la Plaza del Panteón. O la cena que nos reunió en casa de Stefano Garano, en octubre de 2002, cuando nos desplazamos toda mi familia a Roma (Blanca, Ana, Antonio y yo mismo), y a la que no faltaron Bubi y Gloria, que fueron expresamente desde Bolonia para estar con nosotros. O las atenciones sinceras que recibí durante mi segundo año sabático, también en Roma (era el curso 2003/04), poniéndose a mi disposición para que pudiese acceder a los archivos de determinadas instituciones que solo él controlaba. O el encuentro en Barcelona, allá por septiembre de 2004, cuando estaba participando en el «Forum 2004», en el hotel donde se hospedaban él y Gloria.
Hasta llegar a los últimos momentos, cuando esa ternura ya no dejaba ver la dureza que, antaño, más se apreciaba. “Caro Alfonso, me decía, en julio de 2015, cuando le envié el número de Ciudades que le dedicamos, Come ringraziare per questo nuovo, bellissimo regalo… Mille volte grazie. Purtroppo la contro-riforma urbanistica è all’ordine del giorno. Ed io me ne sono occupato tanto in passato… Ti abbraccio, caro amico…”. Poco más tarde, un concurso docente en el Politécnico de Milán, al que fui invitado por expreso deseo de Bubi Campos, me llevó a Bolonia junto con Federico Oliva, Paolo Galuzzi y Laura Pogliani, compartiendo, en su casa, otros momentos inolvidables. Dio la casualidad que un mes más tarde de este encuentro volví a Bolonia, por motivos de un congreso, lo que me permitió ver de nuevo a Bubi, en esta ocasión, por última vez. Recuerdo sus palabras de despedida en la puerta de su casa: “Tu sei un vero amico…”. Tanto Blanca, que me acompañaba en esta ocasión, como yo, percibimos que aquellas palabras expresaban una verdadera despedida.
Después todo fueron lamentos y tristezas, al ver cómo la personalidad de Campos se iba diluyendo poco a poco, de lo que él se daba cuenta al no perder, en ningún momento, su eterna claridad mental. Mis últimos recuerdos son los lamentos y resignación de una persona que puede decir que ha vivido: “Caro Alfonso, me escribía en 2015/16, scusami ma non riesco più a scrivere, né parlare… grazie per ricordarti ancora di me; purtroppo sto peggiorando, ma l’affetto degli amici mi è sempre caro. Un ‘fuerte’ abbraccio, Bubi”.
No quisiera terminar este texto sin hacer referencia a lo que, para mí, es la gran aportación de Campos a la “práctica-administración del Urbanismo”. He eludido, hasta ahora, todas estas cuestiones, ya que mi deseo ha sido recordar al amigo. Aun así, no puedo evitar decir dos palabras de lo que yo pienso a ese respecto. Todo el elenco de profesionales, estudiosos, investigadores, docentes, teóricos, administradores, etcétera, que se han ocupado de lo que, en términos generales, llamamos Urbanismo, más concretamente, de la Planificación Urbana y Territorial, han centrado su atención, sobre todo, en desarrollar el alcance de los “instrumentos urbanísticos” puestos al servicio de la Planificación Urbana. Se han privilegiado, en este sentido, los mecanismos a implementar, obviando el conocimiento del objeto a intervenir, que no es otro que la ciudad y, en su caso, el territorio. Se ha insistido más a propósito de los instrumentos de intervención que se aplican a un objeto, la ciudad, que en el conocimiento de esta última. El resultado no ha podido ser más evidente: un desconocimiento de cómo se ha producido y cuál ha sido el comportamiento histórico de la ciudad sobre la que se quiere intervenir. Se están procurando, en suma, alternativas a una entidad espacial de la que no se conoce su comportamiento. ¿No se deduce de esta contradicción el fracaso de la Planificación Urbana? Pues bien, Campos Venuti, en su práctica como administrador del Urbanismo, deriva sus propuestas alternativas, el alcance, por tanto, de los mecanismos de intervención, del comportamiento patológico que, bajo su punto de vista, padece la ciudad, para lo cual no ha tenido más remedio que indagar en sus causas. Esta patología, según Campos, es una consecuencia de la implantación del “modelo urbano de la renta del suelo”. Apostar por la liquidación de este modelo es el objetivo de la Planificación Urbana, lo que procura esa conexión entre Plan y Conocimiento, aspecto este, decimos, ausente de las prácticas más habituales que identifican a la Planificación Urbana. Campos ha sido un luchador contra la renta urbana, consciente, como lo era, de su carácter determinante en los procesos de producción espacial que más desigualdades e injusticias aportaban a la ciudad.
Y es que la lucha por la libertad, que Campos esgrimió en su etapa de resistencia al fascismo, la ha trasladado a esa manera de entender la ciudad como ámbito donde deben deambular esas otras libertades urbanas, que la hacen un lugar para la vida, no para el negocio inmobiliario.
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