Debates urbanos 01. Ocio urbano: paseos
Como complemento de la propuesta de muelle de ocio en el Pisuerga que recuperamos el martes, iniciamos hoy la serie de debates urbanos con un pequeño texto sobre el ocio urbano escrito por Juan Luis de las Rivas. Esperamos vuestros comentarios al respecto.
¿Aburrirse en la ciudad u otra manera de descansar? A lo largo del pasado siglo y en paralelo a la construcción de una sociedad urbana, mejor, urbanizada, se ha universalizado la singular tendencia de “escapar” de la ciudad como manera de ocio, incluso a veces, yendo a otra ciudad. El mito del campo y de la vida retirada, el afán por ir al mar o por escalar montañas, la ilusión por adentrase en senderos que nos acercan a paisajes nuevos… son permanentes. Lejos del mundanal ruido se recompone la propia identidad con retazos de cultura y afanes gastronómicos. Un buen vino recompensa un largo viaje y la vista amplia y serena de un paraje remoto merece el esfuerzo de unas cuantas horas de carretera. Sin embargo la mayor parte de nuestro ocio tiene lugar en la ciudad y es compatible con lo anterior, aunque exija menos esfuerzo. Ir al cine o a cenar, salir a tomar unas copas o de pinchos, son actividades urbanas de primer orden. Y no tengo en cuenta el “chiquiteo”, es decir el micro-ocio de final de la mañana o de la tarde, haya o no haya cuadrilla -un gusto gregario muy norteño-, como una rutina diaria que nos hace parecer más “ociosos” de lo que somos. Todo ello se traduce en una sistemática espacialidad, en lugares urbanos singulares que acogen estas funciones y sin los que es imposible comprender la ciudad.
Cualquier Time Out debe darle más espacio a los restaurantes y a los bares de copas que al cine, a la música y al teatro juntos. Sólo el espacio del comercio tiene un lugar tan amplio en el listado del “dónde ir” en la ciudad. Faltaba más. Los alcaldes consideran todo ello como “fuente de recursos” y cooperan deseosos de llenarlo todo con actividades y promociones diversas. La industria del ocio, comprando o sin comprar, es la clave que distigue los centros urbanos de los barrios donde unas pocas rutinas funcionales, salvo excepciones, dominan la vida urbana. Sin embargo pocas veces estos espacios están proyectados y, salvo algún esfuerzo del tipo de los centros comerciales abiertos o de las pavimentaciones imprecisas, apenas desarrollamos conceptos arquitectónicos al servicio del ocio urbano sistemático. No pienso en esos contenedores que denominamos pomposamente mall comerciales.
Una de las primeras claves es la de proyectar en lugares de atractivo singular, y a veces no demasiado visibles -tal y omo proponemos en la ribera derecha y norte del Pisuerga, en Simancas- con un programa abierto, donde con un esfuerzo de gestión elemental se puedan crear nuevas sinergias funcionales, de tal modo que no sólo el ocio se mezcle con un espacio nuevo y excepcional -estar en y pasear cómodamente por el “río olvidado”- sino que se reinventa la ciudad allí donde la ciudad es ciudad o en sus bordes sin necesidad de invadir lugares remotos. La ciudad ofrece oportunidades que exigen un esfuerzo creativo tanto al sector público como al privado. Estas oportunidades deben evitar la comodidad de lo convencional, de lo seguro, de lo que ya funciona… porque así nada se hara con invención. Los que hoy se llenan la boca con la palabra innovación son la principal rémora para que ésta exista. ¿Qué es innovación en la ciudad?
El hombre necesita espacios para jugar libre y ociosamente con su imaginación. Pero los espacios del homo ludens exigen a su vez imaginación.
De lo contrario sólo queda perderse en la ciudad, que no es tan fácil. Benjamin se percató de que para ello era necesario un aprendizaje. Caminar por la ciudad como un flâneur, bajo el espíritu amable del dolce far niente, o como un verdadero vagabundo, un stroller, o simplemente pasear, en soledad bajo los árboles entre las fachadas de una calle, viendo escaparates. La ciudad ofrece oportunidades, y una ciudad con riberas, más. Y es posible crear espacios capaces de atraer opersonas, actividades e ilusiones, incluso de los que sólo quieren pasear.
Juan Luis de las Rivas Sanz
Aunque en líneas generales comparto el texto, tengo que disentir con la primera parte del mismo. Allí en donde se hace una identifiación clara entre ocio y comercio, entre el tiempo libre y la repercusión finaciera del mismo.
Si bien es cierto, que la ciudad es un organo productor, y menos últimamente reproductor, no todo lo que produce tiene que traducirse inmediatamente a números, gastos y beneficios. Creo que hay beneficios menos capitalistas en el mismo paseo (‘lost in your city’), el deporte al aire libre o la realización de actividades no lucrativas en espacios públicos.
Porque al final es de lo que estamos hablando, ¿no? Del espacio público y de lo que allí acontece. Un espacio público de dominio público con coste nulo y que presenta actividades de ocio en publico / aire libre; frente a un espacio privado de derechos restringidos y previo pago para el disfrute de unas actividades selectas y en minoría.
Lógicamente hay muchas formas de ocio, o por mejor decir, muchos tipos de ocio.
Quizá lo primero sea saber de que ocio estamos hablando.
Hoy en día, ni tan siquiera es necesario salir de casa para satisfacer nuestras “necesidades de ocio”, o las que cada uno pueda tener.
También es ocio jugar a la video-consola, ver el “homecinema” instalado en casa, tantas y tantas horas y canales de televisión.
En cualquier caso, los ocios anteriores, y el propuesto del paseo vinculado a una oferta de marquesinas y kioskos (música, bar, restaurante, arte (¿?)) no dejan de ser propuestas en las que una vez más somos objetos pasivos, a los que se les ofrece un ocio “a medida”, pero del que pocas veces somos realmente partícipes.
Valladolid tiene unas riberas ¿recuperadas?, y poco y mal mantenidas, para un supuesto ocio de paseo, footing, etc. ¿Quién las usa? ¿no se usan porque no se mantienen o no se mantienen porque no se usan?
En la propuesta que plantean (¿es una propuesta real o es un trabajo de Escuela? ¿dónde termina la realidad y empieza la ficción?), ¿es necesaria la existencia de un programa de restauración, de exposiciones, y demás para que la propuesta siga adelante?
Al final, el que quiere ir de paseo, se pierde por la ciudad, o por el campo; y el que quiere ir de copas, se va al centro, que es dónde se ha ido siempre.
Un saludo y enhorabuena por la propuesta, no deja de ser una perla dentro de la monotonía castellana.
Estoy bastante de acuerdo con el contenido del artículo, pero también quiero destacar unas pequeñas observaciones.
Me parece muy importante, sobre todo, pensar que hay que practicar el ocio para “recomponer la propia identidad”. En este sentido podemos observar que las actividades que dan juego al descansar, al relajarse y al “pasarlo bien” son muy importantes, tanto como los lugares donde se desarrollan. Así que hay que tener cuidado cuando se piensa en “en lugares urbanos singulares que acogen estas funciones”. Sobre todo porque si es verdad que por un lado estos son “la clave que distingue los centros urbanos de los barrios”, por el otro tienen unas dificultades internas que surgen en el acto de pensarlos, realizarlos y vivirlos.
Esto es porque muchas veces el tema del ocio es tomado sólo como tema sectorial, y no, como muestra el articulo, uno de los elementos más importantes de lo que entendemos hoy en día por calidad de la vida. Es cierto que la industria del entretenimiento y la industria de las experiencias convierten nuestro ‘tiempo libre’ en uno de los negocios más rentable por los empresarios y la ciudad. Tanto que muchos operadores toman la localización de estructuras dedicadas al ocio como proceso de valoración inmobiliaria tanto en lo urbano, como en el extra-urbano.
Intentar que el ocio funcione como herramienta para hacer las ciudades mejores, es un problema cultural. Está enlazado con la manera de vivir colectiva, la calidad del hábitat urbano y la capacidad de fomentar las experiencias urbanas nuevas (u olvidadas). Nuestras propuestas tienen que ser capaces de crear no sólo lugares de ocio, sino una ciudad que pueda ser para vivir en siglo XXI.
“Estar ocioso”, “perderse”, “pasear sin rumbo”, “callejear”, “curiosear”… atributos negativos de mi adolescencia, situaciones que habia que evitar. Significaban estar “desorientado”, perder el tiempo. Los adultos estaban cargados de razones para evitar caer en ello. Sin embargo la ciudad puede ser muy hostil si todo se somete a la lógica de la eficacia. El “muelle” me resulta atractivo porque fija un lugar, quizás un lugar mental -la orilla del río- y lo hace de manera dinámica: un lugar de paseo que entiendo como lugar “de paso”. Pero comparto las críticas. Debemos buscar un tipo de cualidad en la ciudad que pueda pertenecerle pertenezca a toda ella. Esa cualidad es colectiva e imperfecta. Los proyectos de los arquitectos proponen siempre estrategias de orden, pero necesitamos reconocer del desorden -como Marx, como Sennet-, leer en el desorden potencialidades de creación -de relación-, establecer nuestros intereses tanto en las interferencias con los otros como en las aspiraciones de anonimato. Lugares con bordes y límites imperfectos. Habría que detectar nuevas oportunidades para el espacio público, un espacio de colaboración, de encuentro y de desencuentro, de aparición y representación. La sociedad permanece en el hastio al que conduce la lucha por la supervivencia, agraviada por el consumo y por las políticas culturales. Los “no lugares” son espejismos.